Amada hija, que nadie le cuente, lo que su padre vivió.
Era un niño de diez años en 1973 cuando sobrevino el golpe militar, nadie me lo contó, me malcríe en dictadura. Crecí en un país sometido al miedo, al abuso, en un estado que idolatró la patria, la bandera, la canción nacional, el baile nacional, por sobre el respeto a la vida humana. Vi como este estado tirano reprimía y perseguía sanguinariamente a su propio pueblo, el país dejo de ser mi patria, su bandera y su escudo mis estandartes. Vi abusos en las escuelas, en las calles, supe de torturas y depravados vejámenes que hasta hoy me hacen llorar, cobardes asesinatos y desapariciones inhumanas, que perpetraban una cáfila de individuos cobardes y arrogantes, protegidos por un oscuro estado dominado por el odio a la diferencia.
En 1978 en mi plena adolescencia, el dictador prometía, auto, televisor, teléfono y bicicleta, pretendiendo así, comprar conciencias, mientras en unos hornos abandonados de Lonquén aparecían muertos y vejados, los cuerpos de los primeros desaparecidos, negados mil veces por los cómplices pasivos del régimen militar. Buscados por años por sus familiares, asesinados sangrientamente por los cobardes órganos represivos del régimen militar. Por vergüenza dejé de cantar la canción nacional, por tristeza y rebeldía nunca quise aprender el baile nacional, un remedo fome y cuico de la cueca popular.
Llegó la juventud, en 1984 a mis 21 años, la militarización del país lo copaba todo, las escuelas, los trabajos, la vida pública, los centros de madres, todos eran obligados a desfilar por las glorias del ejército, de la marina, de la aviación. Nunca jamás desfilé ¿Qué glorias del ejército? La única Gloría del ejército que conocí en esos tiempos, fue la joven de casi mi edad, Carmen Gloria Quintana, quemada vilmente por un grupo de jóvenes militares, mandados a las calles a reprimir a otros jóvenes como ellos, otros fueron degollados o asesinados en montajes que se mostraban como enfrentamientos con subversivos, muchos lanzados al mar, groseros asesinatos a mansalva. Pero el pueblo dijo “basta” y comenzaron así las protestas contra el tirano en las poblaciones donde vivía el pueblo. Como castigo, el dictador lleno de ira mandó a los conscriptos que realizaban su servicio militar obligatorio, todos adolescentes provenientes de los mismos barrios, a sitiar las poblaciones y amedrentar a los pobladores que se revelaban contra la tiranía. Fuimos llevados a canchas de fútbol, donde permanecíamos parados al frío o al calor sofocante por horas, tratados y humillados como enemigos de la patria, mientras las casas de la población, con nuestras madres y hermanas adentro, eran allanadas violentamente, buscando literatura subversiva o algo que oliera a protesta, pero no pudieron amedrentar a un pueblo harto del abuso y las protestas siguieron y ya fue imposible acallarlas, en las poblaciones se oía un rumor constante, como una brisa que nunca amaina, “y va caer y va caer, la tiranía militar”.
Ya mi juventud llegaba al fin, terminaba la década de los ‘8O del siglo pasado, el mundo consideraba al tirano, al igual que la mayoría de los chilenos, un asesino ególatra y despiadado. Los cómplices pasivos, salían al mundo a vender su patria, comprada por migajas al dictador y los apuntaban como cómplices del tirano. La situación era insostenible y a esas alturas incontrolables, las poblaciones superaban el miedo y día a día el desprecio al gobierno militar se hacía saber, en las calles, en las paredes, en las escuelas y universidades, en los trabajos. El dictador que controlaba con mano de hierro todo, decía con arrogancia “no se mueve una hoja sin que yo lo sepa”, llamó a un plebiscito que ingenuamente pensó, lo eternizaría en el poder y fue así que las poblaciones se volcaron a las urnas y el triunfo del NO fue la manera en que los pobladores patearon el sucio trasero del maldito tirano. Los políticos que se apropiaron del triunfo y los cómplices pasivos de la dictadura que veían en el tirano un escollo para seguir con sus negocios de vender la patria, pactaron nuestro futuro, pasamos así, de una dictadura a una dictablanda, había llegado una nueva forma de esclavitud, el consumismo… Y así fue hija mía, como NOS VENDIERON GATO POR LIEBRE: ganó el NO pero en el SÍ vivimos.