La identidad del pueblo chileno (o, mejor dicho, la identidad de raíz mestiza de nuestro pueblo) se funda sobre una matriz de tipo esquizoide innegable. Quizá la mayoría de los pueblos del planeta (o al menos la mayoría de los americanos) compartan una distorsión fundacional similar. No lo sé. La nuestra, al menos, es una, particular, y se puede expresar someramente así: por un lado, una inclinación extraña, soterrada, casi institucional, a mirar con desprecio, o, en su defecto, con limitante paternalismo, todo lo que huela a indígena, y por otro, cierto orgullo tampoco del todo manifiesto, pero sí relativamente extendido, a la hora de des- tacar ciertas cualidades esenciales y únicas de las etnias primitivas de este suelo; por cierto, con particular énfasis, las del pueblo mapuche.