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Luis Pasteur con Lo Arcaya

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Luis Pasteur Lo Arcaya
Gulppiz en su oficina - Luis Pasteur con Lo Arcaya | octubre 2015
Sumando y restando trabaje casi 12 años en esta esquina y no fue de proxeneta, ni moviendo merca, tampoco estacionando autos, sino que como periodista. Primero en Entreligas, luego en AC Barnechea. Llegué en 2005, cuando estaba en tercer año de universidad, cabrito. Y la última vez fue en 2017, ya con tres hijos y responsabilidades que iban mucho más allá de la propia, pero siempre con la misma actitud hacia el trabajo. Me gusta trabajar.
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Guardo con extremo aprecio los más de diez años que trabajé en calle Luis Pasteur con Lo Arcaya, comuna de Vitacura (que en mapudungun significa piedra grande). En esta esquina hay un hermoso edificio de nombre Versalles, que aloja a reconocidas marcas y negocios santiaguinos como joyería Mosso, café Mozart u Oklay, entre muchos otras. También en el subterráneo de ese edificio se estacionaba toda la colección de autos clásicos -según decían- del dueño de Tur Bus, que aparecen en un video que cuelgo más abajo.

Llegué a ese lugar a los 23 años, cuando todavía estudiaba periodismo en la Unab, carrera a la que opté sin plena conciencia y empujado por una beca deportiva que esa universidad privada había recién abierto para captar talentos que los representaran deportivamente. Lo pasé increíble, conocí a buenos y malos profesores, y aunque estuve poco porque me puse a trabajar temprano; estudié lo justo y necesario. Lo más importante lo aprendí trabajando. Con el tiempo comprendí que el destino siempre encuentra la lógica.

Iba en tercer año de la carrera cuando recibí el llamado telefónico de un amigo de vida. En ese instante yo estaba en el Litoral Poeta, precisamente en La Tuerca, un negocio de mi familia paterna en San Sebastián que mi abuelo Gulppiz —ya fallecido en ese entonces y enterrado en territorio poeta— debe haber comprado cerca de los años ’60 o tal vez antes (si alguien lee que me corrija) y que todavía está ahí, remosado, pero con su puerta de calle que da directo a los pies del mar y en donde he visto algunas de las mejores puestas de sol de mi vida.

Luis Pasteur con Lo Arcaya | gulppiz 36468789 282308755663087 7281637860866785280 n | Litoral Poeta | barnechea, café mozart, entreligas, joyería mosso, vitacura
Restorán La Tuerca, a principios de los ‘70, que estaba en la misma playa. Uno salía del local/casa y salía a la arena. Esa foto es de uno de los eventos organizados por los hermanos mayores de mi familia paterna, que tocaban e invitaban a grupos de amigos. Una época inspirada por la onda Beatles y Woodstock.

—Hola ¿cómo estás? —Me dijo mi amigo con su voz metalizada por el celular—. Te llamo porque estoy trabajando en Entreligas y estamos buscando un alumno en práctica.

Era enero, pleno verano de 2005; yo estaba sin nada que hacer y figuraba imberbe tirado en una de las camas del segundo piso de La Tuerca, afortunadamente sin la necesidad urgente de trabajar. Ahora que pienso bien, me han pasado cosas importantes estando en La Tuerca, allí también soñé mi muerte, que cambió para siempre mi percepción de muchas cosas… mi abuelo… sin dudad detrás de todo eso está mi abuelo. Él, que fue padre de 14 hijos, nunca fue muy cariñoso o de piel, pero conmigo siempre fue muy especial.

—No es mucha plata, son 50 luquitas, pero tal vez te interese —me dijo— ¿Te tinca?

—Sí, claro —respondí sin tener plena idea de lo que estaba hablando y lo que efectivamente tenía que hacer.

—Ya buena —me contestó—. Preséntate en un par de semanas en la oficina que por el momento está en Guardia Vieja, Providencia. Te aviso bien la fecha para que conozcas a las personas y hablemos más.

Cuento corto, se trataba de la revista Entreligas, una empresa con giro de servicios publicitarios que había organizado a todas las ligas privadas de fútbol capitalino (ABC1C2) en una revista de nicho, que para esa época era un modelo de negocios bien adelantado.

Llegué a Entreligas con la mudanza de Guardia Vieja a Luis Pasteur con Lo Arcaya, en Vitacura. La empresa llevaba seis años de existencia y con la llegada del Wasón al área comercial, la empresa estaba cosechando los primeros éxitos económicos y empezaba a apuntar más alto. Ese fue el viento de entrada.

Luis Pasteur con Lo Arcaya | vlcsnap 2020 06 28 20h08m11s103 | Litoral Poeta | barnechea, café mozart, entreligas, joyería mosso, vitacura
Edificio Versalles, vista por calle Luis Pasteur

Yo no me di cuenta, era un poto pelado, pero llegué con todo, hice propuestas de diseño para una de las secciones que me había tocado armar, que era una auspiciada por Gatorade en donde íbamos a una liga y elegíamos a los jugadores físicamente más potentes. Eso y mi empuje llamó la atención de todos. Siempre fui un pendejo motivado, pero para mí no era nada especial, era parte de mi personalidad. Después de un tiempo caí en que mi actitud y buena disposición al trabajo no era común, de hecho era un recurso escaso, me acuerdo perfecto cuando recibí el consejo más penca que alguien me ha dado en mi vida, que fue en boca de un compañero de trabajo —también periodista—, que era algunos años mayor que yo y que ante mi proactividad un día, mientras estaba frente a su computador como todos los días, moviendo las piernas en un infinito azotamiento de huevas, me dijo: “se te va a pasar, con el tiempo a todos se les pasa”.

No se me pasó, nunca se me ha pasado. Yo estaba súper motivado, entretenido, tan así que no cobre el pequeño sueldo en prácticamente cuatro meses o más, hasta que la secretaria, que también veía la contabilidad, me dijo: “¿Oiga, y usted no va a cobrar su sueldo?”

—¿Cómo se hace? —le reconocí.

Luis Pasteur Lo Arcaya
Luis Pasteur con Lo Arcaya · junio 2014 | Foto Gulppiz

Ese amigo que llamó para invitarme a la práctica, que es un master de la pelota y el trabajo en equipo, a los cuatro o seis meses de que me invitó a ese proyecto se fue a estudiar un magister, aprender inglés y jugar fútbol (beca) por una universidad gringa, mientras su polola también periodista (hoy su esposa) iba a hacer una práctica en CNN de Estados Unidos. Había que dejar a alguien a cargo del buque periodístico y me lo pidieron a mí. Así que en menos de un año me convertí en editor de una revista (título que yo me puse de patudo apenas asumí), a lo que luego se sumó un programa de televisión (CDF) llamado Uniligas, que cubría el campeonato de fútbol universitario; un suplemento o cuartilla semanal llamado “Deportes Ligas” que se publicaba todos los jueves en El Mercurio (donde también aprendí mucho del actual Premio Nacional de Periodismo Deportivo, Pablo Aravena Wrighton; otra historia); un programa de tv en CDF que se llamaba “Azules”, que cubrió toda la hazaña de la Universidad de Chile en la obtención de la Copa Sudamericana (que partió con ese desastroso partido que en la ida le dan vuelta a la Católica un partido ganado… y que por primera vez me hizo experimentar la vergüenza ajena, siendo que a los 18 años había vestido esos colores); y que culminó con un bar para peloteros peloloais en pleno barrio Vitacura, que representó el inicio simbólico de la debacle, la cual hoy entiendo que no tuvo que ver con ese negocio en particular, sino con relaciones y hechos de cuando te vuelves más grande, y que me recuerda un dicho popular y muy cierto: “niños pequeños, problemas pequeños; niños grandes, problemas grandes”. Con ello también entendí que el fútbol siempre será popular, pero esa también es otra historia.

Al final trabajé en ese lugar físico por cerca de seis años, luego nos cambiamos a Providencia, a la calle Santa Beatriz, una oficina exquisita, moderna, cerca de la desembocadura de Antonio Varas; sin la opulencia de Luis Pasteur, pero más grande y rica. Ahí estuve otros dos años. En total fueron ocho periodos que son hasta el momento una de mis aventuras profesionales más importantes en lo formacional y lo afectivo. Y aunque trabajé en otros proyectos, tal vez más exitosos, ésta sigue siendo la mejor experiencia porque ahí me hice ecoperiodista, conocí la profesionalización del amateurismo, aprendí de grandes tipos y entendí que el mercado puede ser bien utilizado, que se puede trabajar en función de una noble causa.

Recuerdo con el máximo cariño esa época, además me permitieron hacer la huevá que quise; y nos fue bien. Después a finales de 2013 , ya con tres hijos y más maduro, volví a trabajar a la esquina de Luis Pasteur con Lo Arcaya, pero ahora en el club Barnechea, en el mismo edifico pero por la otra entrada, en la numeración 5842, oficina 501, último piso. Ahí tuve mi propia oficina, subimos a primera división y armé de cero el club deportivo —hoy profesional— de la comuna de Colina (o tschicureo para otros), pero esa también es otra historia larga.

Luis Pasteur Lo Arcaya
Luis Pasteur / Lo Arcaya | octubre 2015 | foto Gulppiz

En la esquina de Luis Pasteur con Lo Arcaya se desarrolló gran parte de mi segunda y tercera década de vida, y es uno de los principales tesoros vivenciales-profesionales que guardo. Por eso no seguí acciones legales contra Entreligas cuando no pudieron cumplir con el finiquito que habíamos pactado bajo notario cuando ambas partes tuvimos sanos deseos de irnos: yo con tres hijos y ganas de nuevas experiencias, y tal vez la otra parte aceptándolo como inyección de nuevo aire, porque todo lo bueno tiene todo su inverso y reconozco también que soy un poco hinchapelotas y llevado a mis ideas. Igual que en la cancha.

En fin. Gran recuerdo y experiencia me regalaron esos años, en los cuales aprendí a mirar de frente al mercado hasta el punto de Lautaro, en el sentido de comprender que la solución estaba en el problema, es decir, la cuestión está en todo lo que decidimos desarrollar. Por eso elegí la ecopoesía —con eco de economía: administración del hogar ecológico-poético—. Y desde ahí descubrí mi verdadera pasión, que es el camino de la poetanomía; de construir un mundo en cardo con decumano.


https://youtu.be/HUiYuaLGuoo
City tour en Luis Pasteur con Lo Arcaya

PD1: En esa esquina me crucé una vez también con Warken, que vive por el sector. Ese Warken al que hasta hace poco le tenía simpatía, pero que mostró la hilacha al dar las gracias a un ministro embustero, manipulador y mafioso, que está haciendo nada más que su trabajo y por el cual recibe un buen sueldo. Acto imprudente en un momento histórico súper delicado, acto que además inmediatamente lo obliga a dar las gracias a medio mundo, partiendo por los millones de sacrificados trabajadores que se levantan más temprano que el ministro o que les gusta sociabilizar en la fila (con o sin coronavirus); o los que sacan la basura, los que arriesgan su vida y se esfuerzan todavía más que Mañalich… y todo por un sueldo de mierda.

Te caíste feo Warken, podemos respetar tu silencio, pero al hablar en favor de un inepto quedaste amarrado para siempre. Lo mismo hizo un interesante proyecto que caminaba hacia mariposa en Las Cruces que ahora peligra quedar de gusano al dar públicamente las gracias y autocatalogarse como amigo de un alcalde destituido por malversación y responsable de enriquecerse a costas de una tragedia medioambiental inconmensurable… Yo he estado medio desconectado de la contingencia e ignoro si Warken se disculpó, se retractó o si se puso a dar las gracias a la inmensa e infinita lista de personas nn que arriesgan su vida, no ven a su familia, hacen su trabajo con pasión y ganan mucho menos dinero que el altanero médico de clínica. Eso sería lo único que lo devolvería -para mí- a un sitial de simpatía, porque como enseñó Lautaro, retroceder no es sinónimo de cobardía.

Esa vez que nos encontramos yo me acerqué a él con mucho entusiasmo, tal vez excesivo. Ya estaba iniciado en la lectura frenética de Nietszche y disparando letras desde dos trincheras en las redes con el proyecto Saghache. Le comenté que tenía una buena idea, que más bien era como una especie de modelo de trabajo que había aprendido y que creía que podía resultar en el arte. Me miró al principio como diciendo qué le pasa a este energúmeno, pero después se relajó, aunque no pescó mucho a ese pendejo de entonces, que le salió al camino (“¡quié neh!” como diría un amigo), o tal vez estaba apurado, o quizás siempre fue un abrazador de pequeñeces. Me dio el correo de su secretaria a quien escribí solicitando una entrevista, pero nunca hubo respuesta y desde ahí nunca más lo vi… hoy entiendo que fue mejor así.

PD2: Fueron miles de veces que pasé caminando por delante de la mampara de joyería Mosso y ahí estaba, siempre detrás del vidrio. Era un caballero como colorín, pero medio desteñido, con ojos negros como pasa y con un aura media amarilla. Él estaba detrás de una ventana con intención de vitrina que daba a la calle o pasillo por donde todo el día circulaba parte de la alcurnia criolla. Ahí se mostraba a ese trabajador (él era el más expuesto) y una línea de otros colegas de él que ejecutaban un arte con precisión de relojería.
Con el tiempo caché que algunos de mis compañeros de oficina lo hueveaban cuando pasaban y entendí porqué me miraba y saludaba con torpeza cuando yo al pasar le hacía un gesto, seguramente por asociación decía: “este culiao es del clan de los ‘huevones felices’”. Desde ese momento opté por no mirarlo más y dejarlo tranquilo en su arte de orfebrería preciosa… era un artista artesano que me miraba con ojos de selk’nam en zoológico europeo. No sacaba nada con mirarlo; había que hacer algo.

www.facebook.com/mossolife acepto ayudarte, pero con la condición de que tus trabajadores orfebres desarrollen su arte en el Litoral Poeta. Los seguiremos mostrando cuando trabajan, pero libres. Haremos un video rico de la confección de ese reloj o esa joya, que se mostrará junto al poema que inspiró y dio origen a la obra.

#LitoralPoeta #Ecopoesía #Futuro #EconomíaNaranja

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