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Escrito por Hernán Loyola y publicado en 2019 por Lumen

Del libro “Los Pecados de Neruda”: Pecado VII… El poeta insolente

En este ensayo, el nerudiano Hernán Loyola aborda sus pecados: el poeta inútil, el poeta machista, el poeta fabulador, el poeta violador, el poeta mal marido, el poeta plagiario, el poeta insolente, el poeta abandonador, el poeta estalinista y el poeta burgués. Con el fin de «revisar y discutir las historias de las acusaciones más tenaces y difundidas que le han sido atribuidas a Pablo Neruda».
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«En abril de 1935 cometimos un nuevo desacato. Apareció publicada la Antología de la poesía chilena nueva, que se constituyó rápidamente en piedra de escándalo. Los compiladores éramos Anguita y yo. Abusando de esta condición, nos autoincluimos entre los diez poetas seleccionados. No figuraba la Mistral, pero sí Neruda, del cual se publicaban últimos poemas suyos, inéditos aún, que aparecerían en la segunda Residencia. Figuraba también De Rokha, a nuestro juicio, incluso mirado con los ojos de hoy día, justicieramente representado. Él la acusó de ser una compilación colonizada por Huidobro, “cargo no del todo infundado”, señala Teitelboim.

Este desacato fue de veras un juego de muchachos (Volodia acababa de cumplir 19 años y Anguita 20), sobre todo por comparación con el desacato que llegó desde Madrid en copias mecanografiadas, sin nombre de autor, pero con el sello inconfundible de Pablo Neruda.

El diario de Morla Lynch registró en Madrid el envío de Vital 2 que le hizo Huidobro, obviamente para estar seguro de que Neruda leyera aquello y se enfureciera por fin. Esta vez lo conseguirá, y con creces, pero antes tendrá que digerir el Homenaje con que los mejores poetas modernos españoles, solicitados por García Lorca y Aleixandre, recibieron a Neruda y de hecho lo desagraviaron de los ataques que venían desde Chile e incluso de poetas locales como Juan Ramón Jiménez. El Homenaje asumió en primer lugar la forma de un opúsculo titulado Homenaje a Pablo Neruda de los poetas españoles / Tres cantos materiales (Madrid, Plutarco, abril de 1935) y fue introducido por un texto que merece un lugar de honor entre los documentos de la cultura chilena.

Chile ha enviado a España al gran poeta Pablo Neruda, cuya evidente fuerza creadora, en plena posesión de su destino poético, está produciendo obras personalísimas, para honor del idioma castellano.

Nosotros, poetas y admiradores del insigne escritor americano, al publicar estos poemas inéditos —últimos testimonios de su magnífica creación— no hacemos otra cosa que su subrayar extraordinaria personalidad y su indudable altura literaria.

Al reiterarle en esta ocasión una cordial bienvenida, este grupo de poetas españoles se complace en manifestar una vez más y públicamente su admiración por una obra que sin disputa constituye una de las más auténticas realidades de la poesía de lengua española.

[Firmaron:] Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Gerardo Diego, León Felipe, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Miguel Hernández, José A. Muñoz Rojas, Leopoldo y Juan Panero, Luis Rosales, Arturo Serrano Plaja, Luis Felipe Vivanco.

El opúsculo de dieciséis páginas, además de la extraordinaria lista de firmantes, traía los tres poemas anunciados en el título: «Entrada a la madera», «Apogeo del apio» y «Estatuto del vino», los Tres Cantos Materiales de Residencia 2 que, reservados para esta ocasión, no fueron enviados a Teitelboim y Anguita, como de seguro les habría gustado a Neruda y a los antólogos.

García Lorca y Aleixandre tuvieron algunas dificultades para la publicación del Homenaje, creadas por la insistencia de Pablo en que el texto del homenaje incluyera una denuncia de los agravios de Huidobro. Lo cual sirvió de pretexto a Juan Larrea para negar su firma y puso en peligro las de Gerardo Diego y Luis Cernuda (este último, siendo comunista, se negaba a atacar al camarada Vicente). Así, la mención de Huidobro fue retirada, afortunadamente para Neruda, cuya ira por el Vital 2 le impedía comprender cuánto esa mención habría perjudicado al Homenaje (incluso sin ella, produjo la beligerante versión del episodio que publicó Larrea en 1967). De todos modos, y aunque tampoco firmó Juan Ramón como sabemos, el Homenaje alcanzó la contundencia que Neruda anhelaba.

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Con esta confirmación a tan alto nivel Neruda decidió que había llegado el momento de saltar al redondel para desafiar y responder a sus enemigos como merecían. Para hacerlo necesitó, sin embargo, la base de legitimación que le dio el Homenaje, pues no olvidaba que se disponía a atacar a sus mayores desclasándolos en jerarquía al proclamar, de hecho, su propia superioridad. Por primera vez abandonó el silencio que desde 1932 había opuesto a los ataques de De Rokha y de Huidobro, para embestirlos con el poema-mísil «Aquí estoy» del 2 de abril 1935, que los descolocó completamente, al punto de dejarlos mudos. Ninguno de los dos —ni Huidobro ni De Rokha— fue capaz de articular una réplica.

Neruda contraatacó con eficacia aplastante. La clave estratégica fue la de rechazar el terreno elegido por sus enemigos para agredirlo, ignorando del todo el contenido de sus artículos y panfletos. Desde 1932, De Rokha y Huidobro se habían dedicado a publicar contra Neruda ataques oblicuos, vale decir, no dirigidos formalmente a él sino a un lector-destinatario para el cual enumeraron, desplegaron, explicaron, argumentaron las razones que hacían necesario negar al poeta de Temuco el acceso al olimpo poético de Chile. Para ese lector-destinatario ambos se referían a un tal Pablo Neruda en tercera persona: un advenedizo que pretendía instalarse en el trono que cada uno de ellos dos suponía propio.

Ambos enjuiciaban y procesaban los productos del modesto aspirante desde la perspectiva del poeta consagrado, superior y omnisciente. Cada uno de ellos agredía a Neruda desde la imagen de sí mismo como poeta ya arribado, confirmado e instalado en el Parnaso local (e internacional, Huidobro), establecido, deificado y fuera de discusión. Cada uno juzgaba al intruso desde la altura de su posición. Ambos salieron de sí mismos para ocupar tiempo y energías en una faena enmascarada de crítica o denuncia literaria (o higiene social), pero cuyo único objetivo real era la demolición del otro.

En breve, De Rokha y Huidobro se comportaron frente a Neruda como poetas rituales al modo decimonónico: ellos eran ya, habían cumplido su desarrollo, se veían realizados y completos, escribían sus poemas desde esa identidad ya alcanzada e inmóvil, y desde allí desencadenaron sus furias contra el aprendiz que pretendía actuar como ellos. Cada uno en su estilo. De Rokha, a través de la torrencial y patética parodia de un discurso teórico y crítico cuyas infinitas variaciones vociferó desde octubre de 1932, sin tregua hasta su muerte. Huidobro se esforzó por parecer objetivo y distanciado, y hasta elegante, según le aconsejaba su frecuentación de la cultura francesa, pero la publicación misma de Vital 2, como ya vimos, fue la prueba de haber perdido el control de su seguridad.

3

Los títulos de los escritos que jalonaron esta historia son elocuentes: por un lado «Pablo Neruda, poeta a la moda», «Neruda Cía.», «El affaire Neruda-Tagore» (De Rokha y Huidobro), por otro «Aquí estoy» de Neruda. De Rokha y Huidobro hicieron de Neruda el protagonista de sus escritos, como vía indirecta para mostrarse a sí mismos, para lucirse y brillar con discursos críticos que buscaban demoler al protagonista. Neruda, en cambio, se propuso desde el título como protagonista de su propio texto. Autoexaltación desafiante y explícita, con la fuerza de la sinceridad. Por Io cual comenzó su andanada con una introducción de sí mismo, con una autopresentación, con un autorretrato en curso:

Estoy aquí con mis labios de hierro
y un ojo en cada mano
y con mi corazón completamente,
y viene el alba, y viene
el alba, y viene el alba,
y estoy aquí a pesar
de perros, a pesar
de lobos, a pesar
de pesadillas, a pesar
de ladillas, a pesar de pesares
estoy lleno de lágrimas y amapolas cortadas,
y pálidas palomas de energía,
y con todos los dientes y los dedos escribo,
y con todas las materias del mar,
con todas las materias del corazón escribo.

Yo estoy aquí, en esta fase de mi camino, de mi evolución. Todavía no he conquistado el derecho a escribir Yo soy, pero hacia allá voy. Esta humildad de quien reconocía no haber alcanzado aún el estatuto ambicionado, pero sí un grado importante, fue la diferencia —y la ventaja— de Neruda sobre De Rokha y Huidobro, quienes, sintiéndose completos y realizados, habían perdido la agilidad del poeta en desarrollo. A la fachada literatoide y «académica» que exhibieron por años los agresores, Neruda opuso, al comenzar su batalla, un autorretrato pasional esgrimiendo una poética neorromántica y visceral («con mi corazón completamente… y viene el alba… estoy aquí a pesar de perros… a pesar de pesadillas, a pesar de ladillas… estoy lleno de lágrimas y amapolas… y con todas las materias del mar, con todas las materias del corazón escribo»).

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En la estrofa siguiente, y a diferencia de sus enemigos, que lo aludían y agredían en tercera persona, Neruda les salió al camino de improviso y se plantó frente a ellos sin ambigüedades ni formalismos, a rostro descubierto y —aspecto muy importante— apostrofándolos directamente en segunda persona:

Cabrones!
Hijos de puta!
Hoy ni mañana ni
jamás
acabaréis conmigo!
Tengo llenos de pétalos los testículos,
tengo lleno de pájaros el pelo,
tengo poesía y vapores,
cementerios y casas,
gente que se ahoga,
incendios,
en mis Veinte poemas,
en mis semanas, en mis caballerías,
y me cago en la puta que os malparió,
derrokas, patíbulos,
vidobras,
y aunque escribáis en francés con el retrato
de Picasso en las verijas,
y aunque muy a menudo robéis espejos y llevéis a la venta
el retrato de vuestras hermanas,
a mí no me alcanzáis ni con anónimos,
ni con saliva,
existo, entre los metales, la harina y las olas,
entre el mundo y el cielo, con un corazón lleno de sangre
y de rocío.

El desafiante no perdió ni una línea de su contraataque en responder a las críticas «académicas» de sus enemigos y partió derecho al objetivo real: proclamar su existencia y su jerarquía como poeta. «Existo» fue su bandera de batalla, y con ello desnudó la hipocresía de la pseudocrítica que, con estilos diversos, habían puesto en juego De Rokha y Huidobro para aniquilar a Neruda, para negarle condición de poeta y precipitarlo en la inexistencia literaria. El agredido les restituyó la violencia y la energía que ellos desplegaron en sus ataques, pero con el lenguaje de la sinceridad que ellos no se atrevieron a usar sino bajo disfraces de crítica «artística» y de ironías despectivas.

Más allá de la rudeza y de la intemperancia léxica, el «Aquí estoy» de Neruda no carece de la sabiduría retórica ni de la sincera vehemencia de las filípicas de clásica memoria. Las invectivas fueron la pimienta y el ají de la autoafirmación central, de la proclamación de ese «existo» que fue la respuesta de fondo a los ataques de De Rokha y de Huidobro. Al enfrentar con inaudita insolencia a los monstruos sagrados de la poesía chilena de ese tiempo, el joven Neruda los desacralizó y los obligó a tratarlo con cuidado. Y a temerle. O sea, los obligó a reconocer su «existo» según la modalidad del terror con que ellos trataron en vano de anularlo.

Digamos de paso que las invectivas de «Aquí estoy» utilizaron en general los datos y el anecdotario de los corrillos literarios, más o menos comprensibles para el lector medio de entonces, como la venta abusiva que hacía De Rokha de los cuadros de Paschín Bustamante, o la ostentación del retrato de Huidobro por Picasso, o el episodio del rapto «por scouts finlandeses» fingido por Huidobro en 1924. La violencia y la coprolalia que atravesaron esas invectivas fueron solo la preparación al apóstrofe fundamental y conclusivo:

Conocedme:
soy el que sabe y el que canta,
y no podréis matarme aunque os partáis las venas
y volváis a nacer otra vez entre orines!
Adiós a muerte,
adiós a vida, fracasados…!

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