Mi hermana pequeña
baja y sube los caminos del pueblo
en bicicleta
para no pensar.
Cree en los pedales
y en la velocidad a tracción.
A veces quisiera ser mi madre
y se frustra.
A veces quisiera ser su hija
y me frustro.
A veces odia el pueblo
por sus calles oscuras
sin asfaltar
y por la yerba que crece.
A veces yo me odio a mí misma
y odio a mi hermana.
Me compadezco
y la compadezco
cuando suspira por el olor a neumáticos
o se conmueve con el chirrido del metro
como yo con el canto de los grillos.
Mi hermana se acuesta y se suelta el pelo.
El calor inunda la habitación.
Es redonda, como una cereza,
y, de perfil, es mi madre.